
Anais Masson
❛ The Fuel ❜

INFANCIA
—¡Eres una chica, no puedes venir con nosotros! ¡Fuera! —gritó el niño mientras empujaba a la pequeña rubia.
—P-pero… —Un nuevo empujón interrumpió la réplica de la niña, haciendo que cayese estrepitosamente al suelo. La rabia recorrió a la pequeña niña.
Se levantó del suelo de un salto, sus ambarinos orbes parecían arder de rabia y el niño de repente parecía arrepentido de sus acciones hacía la rubia.
—Las niñas n-no pueden jugar, s-son las n-normas del juego —El niño de repente temblaba mientras retrocedía para alejarse de la rubia. Sabía que aquella expresión no podía deparar nada bueno.
La niña no tardó en alcanzar donde estaba el niño—. Pues menudas normas más estúpidas —Empujó al chico, haciendo que cayese de bruces al suelo y el niño suplicaba que no le hiciese nada que la próxima vez la dejarían jugar. Pero ella ya no estaba escuchando.
Estaba a punto de pegarle un puñetazo al chico cuando una mano se posó en su hombro, haciendo que inmediatamente la chica parase sus acciones—. Anais, no —Su hermano habló suavemente.
—¡Pero no es justo, An! —La rubia hizo entonces un puchero, y Antoine se rió por lo bajo mientras la cogía y se le llevaba del lugar en sus brazos—. ¡Yo también quiero jugar! ¡Estoy harta de las clases de etiqueta, jooo!
El rubio acarició con carió y suavidad el cabello de su hermana y sonrió con cierta tristeza—. Lo se, pero sabes que es tu deber asistir y comportarte, Anais. Hicimos una promesa que debes cumplir si quieres seguir con tus clases de artes marciales.
—Lo se, perdón, An… Yo… Lo intentaré lo mejor que pueda —La rubia escondió su cara en el cuello de su hermano.

CAMILLE
—No te enfades con ella, An. Solo hace su trabajo —La azabache tenía su brazo alrededor de los hombros de la rubia, mientras ella abrazaba sus rodillas y escondía su cabeza en sus piernas, como si así pudiera desaparecer o cambiar la forma en la que era su mundo.
—Lo se… Pero igual… No es justo, Cam —Giró su cabeza y se quedó mirando a Camille, su mejor (y prácticamente única) amiga—. Los chicos pueden defenderse, pueden meterse en líos, pueden jugar en el barro, pueden jugar fútbol, ser brutos… Mientras a mi me riñen y castigan si hago algo de eso. ¿Por qué el mundo es así, Cam?
Sus normalmente alegres ojos estaban ahora completamente cristalizados, al realizar aquella última pregunta su voz se quebró por completo. La rubia no sabía que hacer ya, solo su hermano mayor y su amiga la dejaban ser ella misma sin limitaciones.
—Anais… —Camille no tardó en abrazar por completo a su amiga ante aquella vista. Odiaba ver así a Anais, pero ambas sabían demasiado bien que el destino no podía ser eludido.

UNA SEÑORITA
—¡Una señorita no debe hacer eso! —El grito se escuchó por toda la mansión, seguido de un golpe seco.
Una pequeña rubia de ondulados cabellos apretaba sus dientes, con los ojos cristalizados pero prohibiéndose el derramar una sola lágrima.
Tenía sus manos extendidas, con el dorso completamente rojo debido al golpe que le acababan de dar con una regla. Como si aquello de verdad pudiera corregir el comportamiento “poco apropiado” de la chica.
—No se que voy a hacer con usted, señorita Masson… —La señora llevó su mano libre al puente de su nariz y lo apretó, cerrando a la par sus ojos. Lucía bastante cansada, todo por culpa de la muchacha que frente a ella se hallaba.
— . . . —La pequeña omitió decir nada, tan solo bajo sus manos, con los puños apretados por la rabia y apartó su mirada, en busca de algo.
Sus ojos buscaron por la habitación hasta encontrar lo que buscaba, sus ojos fueron recibidos por una cálida pero a la vez triste sonrisa y un “lo siento” de parte de aquella chica. La rabia desapareció de su corazón para dejar entrar la calidez que ella le transmitía, incluso aún cuando esa sonrisa era en parte triste.
Sus ambarinos orbes volvieron a girar hasta la persona frente a ella, y reunió todo el valor y coraje que en ella residía—. ¡Pues entonces me niego a ser una señorita! —clamó, como si gritar aquello una vez más pudiese servir de algo, como si realmente tuviera alguna opción y pudiera escoger como comportarse y como ser.
—No empiece de nuevo. Usted es una señorita, y por ello debe comportarse como tal. Ahora váyase a su cuarto y reflexione sobre lo que ha hecho.
No se movió. La determinación se podía vislumbrar en sus orbes en el momento en el que decidió abrir su boca y gritó lo que guardaba en su interior—. ¿¡Por qué!? Dime, ¿¡por qué esta mal que “una señorita” luche!? ¿Por qué esta mal que me defienda o defienda a quienes quiero? —La pequeña rubia se encontraba muy frustrada, y había sido así desde que tenía memoria. Antes de que pudieran darle una respuesta volvió a abrir la boca—. ¡Estoy harta! ¡La “señoritas” no tienen porque ser frágiles y débiles! ¡Estáis todos equivocados! ¡Y YO NO PIENSO CAMBIAR PORQUE UNA SEÑORITA PUEDE PERFECTAMENTE LUCHAR POR SI MISMA! —gritó con toda su voz.
Nunca había hecho tal cosa, y sus gritos retumbaron en el silencio de aquella gran mansión. Sin esperar a que nadie le dijera nada, salió de aquel salón con la cabeza en alto. Fue seguida por su amiga a paso rápido para salir de aquel lugar cuanto antes.
No podía evitar su destino. No podía eludir las responsabilidades de ser la hija de sus padres. Pero no por ello iba a dejar que le dijeran como debía ser. Ella no quería ser una bella y frágil flor, ella quería ser ella misma, una señorita que podía darte una paliza si era necesario. Pero todos la limitaban. Todos intentaban cambiarla.

ULTIMATE CREW
Había pasado un tiempo desde que la rubia había podido pasear por el puerto, luego de terminar pegando a Marc en la fiesta había terminado castigada durante un tiempo. Tampoco le había importando en demasía pues sin Camille no tenía mucho que hacer; aún así le encantaba aquel lugar aunque estuviese sola ya que el mar siempre había logrado calmarla al igual que Camille.
Fijándose en los barcos del puerto, la rubia vio uno que no reconocía y era raro ver barcos nuevos por aquel lugar. Así que curiosa por ver a los forasteros la rubia se acercó. Se sorprendió al ver a la gente que parecía formar la tripulación de aquel barco, pues no parecían mayores que ella y eso era muy raro. Más, ahí quedó todo, en solo un vistazo desde lejos.
Más tarde aquel mismo día, disfrutando de su renovada libertad, Anais se había ido a su bar favorito del puerto. Siempre había movimiento allí y al menos eso la entretendría algo.
Al llegar pudo ver a la gente que ya conocía del lugar, y también a los forasteros que había visto aquel mismo día por la tarde. Se sentó en su sitio habitual y comenzó a hablar animadamente con el camarero y cualquier que le diera conversación.
Pasado un rato largo, un borracho se acercó a la joven y en un principio la rubia comenzó a hablar con él, pero el hombre empezó a hacer insinuaciones bastante indecentes, había invadido el espacio personal de la chica y hasta se encontraba acariciando los muslos de la misma.
Con respeto Anais, le pidió que se alejase. El borracho no hizo caso y perdiendo toda su compostura y su paciencia Anais tomó del brazo al hombre y haciendo una llave le levantó y le hizo girar en el aire hasta que un cayó en el suelo de espaldas con un ruido seco.
—¡Te he dicho que me dejes en paz! ¡Soy una señorita un poco de respeto, borracho inútil! —el bar se había quedado en silencio y todos observaban la escena.
Lo impresionante es que el hombre le sacaba tranquilamente dos cabeza a la rubia, pero ella no había tenido problema para reducirlo. Terminó dándole una patada en el costado enfadada.
—¿Qué miráis todo? ¡Volved a lo vuestro, ¿no?! —bufó a la personas que allí se encontraban y en seguida todos volvieron a lo suyo… Todos menos un grupo.
La rubia decidió irse de allí, necesitaba tomar el aire o terminaría pegando a alguien más. Y una vez había salido y comenzó a caminar por el paseo del puerto, alguien llamó su atención. Se giró para encontrarse a un rubio de ojos escarlata, le reconocía de haberle visto en el barco nuevo.
Anais no tenía ganas de hablar con nadie, pero aún así se acercó al chico para ver que quería y terminaron hablando durante un rato. Al rato, el rubio terminó confesando la razón por la cual la había seguido fuera del bar; quería que se uniera a su tripulación ya que le había gustado la energía que desprendía.
La joven en principio se negó, no podía irse así como así pero…— … Esta bien, me uniré a tu tripulación entonces.
No tardó mucho en cambiar de opinión y solo hizo falta una frase por parte del rubio para convencerla.
—“Si vienes con nosotros, podrás ser tú misma sin ninguna consecuencia, Anais. Y aparte conocerás muchos lugares interesantes, ¿no es tentador?” —solo esa frase, esa promesa de que no volvería a tener problemas (quitando en los que ella misma se metía por su carácter) por su forma de ser… Era una libertad que siempre deseó desde niña. Aparte no podía negar que ser marinera siempre había sido uno de sus sueños y así poder viajar por el mundo navegando.
¿Habría sido el destino el que hizo que ambos se encontraron y por tanto la muchacha rubia llamase la atención de Kane Hotada, su nuevo capitán? ¿O una mera casualidad?
A Anais hasta le pareció un poco poético como parecía que todo en su vida había sucedido de tal forma que parecía que estaba hecho para que ella se uniera a aquella tripulación en aquel preciso instante. Y así, con un encuentro fortuito en un bar en la noche, fue como empezó la nueva vida de Anais Masson como parte de la que un futuro sería conocida como la Ultimate Crew.